MITOLOGIA
En Egipto, Tifón, hermano de Osiris, es recordado como un gigante.
Sobre la mitología germana, no
podemos dejar de mencionar, por ejemplo, los conocidos episodios ocurridos
entre el gigante Thrym y el dios Thor, cuando el primero se apodera del
martillo Mjolnir, o Mimir, el gigante consejero de la máxima divinidad
Odín.
En la bella epopeya sumeria de
Gilgamesh, concretamente en la primera tabla, se nos presenta el héroe como un
semidiós de cinco brazas de alto y nueve palmos de ancho, es decir, unos cinco
metros y medio por dos metros.
La leyenda de Melu en Oceanía o la
de Litaclane entre las tribus de África sudoriental, u Ocun adorado en África
central como introductor del hierro entre los hombres, no escapan a la regla
general.
También el incansable Herodoto nos
habla de gigantes en sus “Historias” al mencionar el hallazgo, en Tegea, una
antigua ciudad de la Arcadia, de un sarcófago de siete codos de longitud
(aproximadamente 3,10 metros) cuyo interior contenía un cuerpo de idéntico
tamaño.
Purusa es el nombre del “gigante
primario, el varón cósmico de cuyo sacrificio ritual surgió el mundo”,
según lo describe un himno del Rig-Veda.
P’an Ku es recordado en China no
sólo como el “gran creador” sino también como un gigante.
Asimismo en Japón, colosos como Soki o los guardianes de las puertas
celestiales, conocidos como Nyo, han sido representados en numerosos templos.
En Europa septentrional es conocida
la leyenda del gigante Ogro y su poca agradable costumbre de alimentarse con
carne humana.
La historia de los pueblos
americanos no es ajena a la cuestión y recoge datos de su existencia. Tal es el
caso de los aztecas, quienes en el llamado “Segundo Periodo del Mundo” relatan:
“En aquella época vivían gigantes. Los antiguos hablaban de su
pasado…Tezcatlipoca se convirtió gracias a su divinidad en Sol, y todos los
demás dioses crearon a los gigantes, que eran hombres de gran altura y fuerza,
que podían arrancar a los árboles de cuajo”.
A su vez, el Popol-Vuh, libro
sagrado de los mayas-quichés, nos dice que en los tres periodos, entre los
diluvios, hubo gigantes. Asimismo, en el “Manuscrito mexicano de Pedro de los
Ríos” leemos:
“Antes del diluvio, que se produjo 4.008 años después de la creación del
mundo, la tierra de Anahuac estaba habitada por los tzocuillixecos, seres
gigantescos, uno de los cuales tenía por nombre Xelua…”
Por su parte, el cronista Bernal
Díaz del Castillo, integrante de la nefasta incursión de Hernán Cortés, fue
informado por los sabios indígenas que en otro tiempo habían existido hombres
de elevada estatura y muy malvados, que fueron muertos en gran número. Como
prueba, se dice, entregaron a Cortés un fémur que igualaba en altura a un
hombre de talla normal, el cual el conquistador envió a su rey.
Ciertamente, referencias
histórico-mitológicas como éstas abundan hasta lo increíble en todos los
rincones del mundo y requerirían volúmenes su completa mención. No obstante,
llegado este punto, dedicaremos aún nuestra atención a un valioso documento
histórico que nos acerca la visión de gigantes a tiempos menos remotos.
“Notizie del Mondo Nuovo con le
figure de paesi scoperti descritte de Antonio Pigafetta, vicentino, Cavagliero
di Rodi” es el título original de la obra de aquel joven secretario de Hernando
de Magallanes donde quedaron relatados interesantes testimonios, de primera
mano, acerca de gigantes vivos. Cabe acotar que la cita que a continuación se
transcribe, según la traducción del reconocido filólogo chileno José Toribio
Medina, es la resultante del testimonio directo de Pigafetta como tripulante de
la nave almirante de Magallanes, al tocar puerto en la actual República
Argentina exactamente a los 49 grados y 30 minutos de latitud Sur.
“Transcurrieron dos meses antes de que avistásemos a ninguno de los
habitantes del país (alrededor del 20 de abril). Un día en que menos lo
esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. Estaba en la
playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre
la cabeza.
El comandante envió a tierra a uno de los marineros con orden de que
hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz; lo que fue tan
bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a una pequeña
isla que había abordado el comandante. Yo también con varios otros me hallaba
allí.
Al vernos manifestó mucha admiración y levantando un dedo hacia
lo alto quería sin duda significar que él pensaba que habíamos descendido del
cielo.
Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la
cintura…”
Resulta conveniente aquí dejar
constancia de que el joven autor italiano, lejos de ser afecto a las
exageraciones, era sí un atento observador que sabía hacer gala de un minucioso
poder de descripción, evidenciado no sólo cuando informa acerca de la vestimenta
y utensilios que portaba el gigante sino cuando detalla el aspecto de la piel
de guanaco que colgaba de sus hombros, un animal del todo desconocido por los
europeos:
“Su vestido, o mejor dicho, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de
un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después. Este
animal tenía la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas
de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita.”
En tal sentido, debemos otorgar
validez también a las otras descripciones de Pigafetta que nos hablan de la
enorme fortaleza física de estos titanes que luego pasaron a la historia con el
nombre de Patagones. Leemos al respecto:
“El comandante en jefe mandó darle de comer y de beber, y entre otras
chucherías, le hizo traer un gran espejo de acero. El gigante que no tenía la
menor idea de este mueble y que sin duda por primera vez veía su figura,
retrocedió tan espantado que arrojó por tierra a cuatro de los nuestros que se
hallaban detrás de él.”
Pero más significativos resultarán
estos otros fragmentos:
“Seis días después, algunos de nuestros marineros vieron otro gigante…
Este hombre era más grande y mejor conformado que los otros, poseía
maneras más suaves y danzaba y saltaba tan alto y con tanta fuerza que sus pies
se enterraban varias pulgadas en la arena.”
No obstante, quizá la demostración
más acabada de la fuerza de estos descomunales nativos tuvo lugar cuando
Magallanes ordenó capturar a dos de los más jóvenes exponentes de esta raza
para ser llevados a Europa, para asombro de los aristócratas. Escribió
Pigafetta:
“Quiso el capitán retener a los dos más jóvenes y mejor formados para
llevarlos con nosotros durante el viaje a España; pero viendo que era
difícil apresarlos por la fuerza usó el artificio siguiente: dióles gran cantidad de
cuchillos, espejos y cuentas de vidrio, de tal manera que tenían las dos manos
llenas; enseguida les ofreció dos de esos anillos de hierro que sirven de
prisiones (grilletes encadenados) y cuando vio que deseaban mucho ponérselos
porque les gusta muchísimo el hierro, y que no podían tomarlos con las manos,
les propuso ponérselos en las piernas…consintieron…y entonces nuestros hombres
les aplicaron las argollas de hierro de manera que se encontraron encadenados.
Tan pronto como notaron la superchería se pusieron furiosos, aullando e
invocando a Setebos, que es su demonio principal…habiendo nueve de nuestros
hombres más fuertes bastado apenas para arrojarlos al suelo y atarlos, aun así
uno de ellos lograba desatarse en tanto que otro hacía tan violentos esfuerzos
que nuestros hombres le hirieron en la cabeza…”

Ahora bien, si de hecho Pigafetta
tuvo su “primicia” al narrar sobre la existencia de estos titanes
sudamericanos, en modo alguno conservó la “exclusiva”. Ya que, en efecto,
algunos años más tarde un desconocido compañero de viaje del Capitán Byron, del
buque inglés “Delfín”, escribía en su libro titulado “Viaje alrededor del
mundo” con referencia a los Patagones:
“Su estatura media nos pareció ser de diez pies y aun mayor en muchos
casos. No empleamos ninguna medida para comprobarlo, pero tenemos motivos para
creer que más bien disminuimos que exageramos la talla.”
Es decir, que tales nativos
contemplaban el mundo desde los 2,80 a 3 metros de altura….
Ya en 1578 se suma el testimonio del
famoso Sir Francis Drake y luego el de otros conocidos viajeros como Pedro
Sarmiento.
Por el recordado Peter Kolosimo (“No
es Terrestre”) nos enteramos que “a comienzos de 1700, los gigantes
habían desaparecido de la costa, pero las autoridades españolas de Valdivia,
Chile, hablaron repetidamente, en 1712, de una tribu de seres de casi 3
metros de altura, establecidos en el interior de la Patagonia.”
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