domingo, 4 de noviembre de 2012

GIGANTES III

MITOLOGIA


  
En Egipto, Tifón, hermano de Osiris, es recordado como un gigante.
      Sobre la mitología germana, no podemos dejar de mencionar, por ejemplo, los conocidos episodios ocurridos entre el gigante Thrym y el dios Thor, cuando el primero se apodera del martillo Mjolnir, o Mimir, el gigante consejero de la máxima divinidad Odín. 

      En la bella epopeya sumeria de Gilgamesh, concretamente en la primera tabla, se nos presenta el héroe como un semidiós de cinco brazas de alto y nueve palmos de ancho, es decir, unos cinco metros y medio por dos metros.

      La leyenda de Melu en Oceanía o la de Litaclane entre las tribus de África sudoriental, u Ocun adorado en África central como introductor del hierro entre los hombres, no escapan a la regla general.

      También el incansable Herodoto nos habla de gigantes en sus “Historias” al mencionar el hallazgo, en Tegea, una antigua ciudad de la Arcadia, de un sarcófago de siete codos de longitud (aproximadamente 3,10 metros) cuyo interior contenía un cuerpo de idéntico tamaño.

      Purusa es el nombre del “gigante primario, el varón cósmico de cuyo sacrificio ritual surgió el mundo”, según lo describe un himno del Rig-Veda. 

      P’an Ku es recordado en China no sólo como el “gran creador” sino también como un gigante. Asimismo en Japón, colosos como Soki o los guardianes de las puertas celestiales, conocidos como Nyo, han sido representados en numerosos templos.

      En Europa septentrional es conocida la leyenda del gigante Ogro y su poca agradable costumbre de alimentarse con carne humana.
      La historia de los pueblos americanos no es ajena a la cuestión y recoge datos de su existencia. Tal es el caso de los aztecas, quienes en el llamado “Segundo Periodo del Mundo” relatan:

“En aquella época vivían gigantes. Los antiguos hablaban de su pasado…Tezcatlipoca se convirtió gracias a su divinidad en Sol, y todos los demás dioses crearon a los gigantes, que eran hombres de gran altura y fuerza, que podían arrancar a los árboles de cuajo”.

      A su vez, el Popol-Vuh, libro sagrado de los mayas-quichés, nos dice que en los tres periodos, entre los diluvios, hubo gigantes. Asimismo, en el “Manuscrito mexicano de Pedro de los Ríos” leemos:

“Antes del diluvio, que se produjo 4.008 años después de la creación del mundo, la tierra de Anahuac estaba habitada por los tzocuillixecos, seres gigantescos, uno de los cuales tenía por nombre Xelua…”

      Por su parte, el cronista Bernal Díaz del Castillo, integrante de la nefasta incursión de Hernán Cortés, fue informado por los sabios indígenas que en otro tiempo habían existido hombres de elevada estatura y muy malvados, que fueron muertos en gran número. Como prueba, se dice, entregaron a Cortés un fémur que igualaba en altura a un hombre de talla normal, el cual el conquistador envió a su rey.

      Ciertamente, referencias histórico-mitológicas como éstas abundan hasta lo increíble en todos los rincones del mundo y requerirían volúmenes su completa mención. No obstante, llegado este punto, dedicaremos aún nuestra atención a un valioso documento histórico que nos acerca la visión de gigantes a tiempos menos remotos.

      “Notizie del Mondo Nuovo con le figure de paesi scoperti descritte de Antonio Pigafetta, vicentino, Cavagliero di Rodi” es el título original de la obra de aquel joven secretario de Hernando de Magallanes donde quedaron relatados interesantes testimonios, de primera mano, acerca de gigantes vivos. Cabe acotar que la cita que a continuación se transcribe, según la traducción del reconocido filólogo chileno José Toribio Medina, es la resultante del testimonio directo de Pigafetta como tripulante de la nave almirante de Magallanes, al tocar puerto en la actual República Argentina exactamente a los 49 grados y 30 minutos de latitud Sur.
“Transcurrieron dos meses antes de que avistásemos a ninguno de los habitantes del país (alrededor del 20 de abril). Un día en que menos lo esperábamos se nos presentó un hombre de estatura gigantesca. Estaba en la playa casi desnudo, cantando y danzando al mismo tiempo y echándose arena sobre la cabeza.
El comandante envió a tierra a uno de los marineros con orden de que hiciese las mismas demostraciones en señal de amistad y de paz; lo que fue tan bien comprendido que el gigante se dejó tranquilamente conducir a una pequeña isla que había abordado el comandante. Yo también con varios otros me hallaba allí.
Al vernos manifestó mucha admiración y levantando un dedo hacia lo alto quería sin duda significar que él pensaba que habíamos descendido del cielo.
Este hombre era tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura…”

      Resulta conveniente aquí dejar constancia de que el joven autor italiano, lejos de ser afecto a las exageraciones, era sí un atento observador que sabía hacer gala de un minucioso poder de descripción, evidenciado no sólo cuando informa acerca de la vestimenta y utensilios que portaba el gigante sino cuando detalla el aspecto de la piel de guanaco que colgaba de sus hombros, un animal del todo desconocido por los europeos:

“Su vestido, o mejor dicho, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, según tuvimos ocasión de verlo después. Este animal tenía la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo, cuyo relincho imita.”

      En tal sentido, debemos otorgar validez también a las otras descripciones de Pigafetta que nos hablan de la enorme fortaleza física de estos titanes que luego pasaron a la historia con el nombre de Patagones. Leemos al respecto:

“El comandante en jefe mandó darle de comer y de beber, y entre otras chucherías, le hizo traer un gran espejo de acero. El gigante que no tenía la menor idea de este mueble y que sin duda por primera vez veía su figura, retrocedió tan espantado que arrojó por tierra a cuatro de los nuestros que se hallaban detrás de él.”

      Pero más significativos resultarán estos otros fragmentos:

“Seis días después, algunos de nuestros marineros vieron otro gigante…
Este hombre era más grande y mejor conformado que los otros, poseía maneras más suaves y danzaba y saltaba tan alto y con tanta fuerza que sus pies se enterraban varias pulgadas en la arena.”

      No obstante, quizá la demostración más acabada de la fuerza de estos descomunales nativos tuvo lugar cuando Magallanes ordenó capturar a dos de los más jóvenes exponentes de esta raza para ser llevados a Europa, para asombro de los aristócratas. Escribió Pigafetta:

“Quiso el capitán retener a los dos más jóvenes y mejor formados para llevarlos con nosotros durante el viaje a España; pero viendo que era difícil apresarlos por la fuerza usó el artificio siguiente: dióles gran cantidad de cuchillos, espejos y cuentas de vidrio, de tal manera que tenían las dos manos llenas; enseguida les ofreció dos de esos anillos de hierro que sirven de prisiones (grilletes encadenados) y cuando vio que deseaban mucho ponérselos porque les gusta muchísimo el hierro, y que no podían tomarlos con las manos, les propuso ponérselos en las piernas…consintieron…y entonces nuestros hombres les aplicaron las argollas de hierro de manera que se encontraron encadenados. Tan pronto como notaron la superchería se pusieron furiosos, aullando e invocando a Setebos, que es su demonio principal…habiendo nueve de nuestros hombres más fuertes bastado apenas para arrojarlos al suelo y atarlos, aun así uno de ellos lograba desatarse en tanto que otro hacía tan violentos esfuerzos que nuestros hombres le hirieron en la cabeza…”

      Por cierto que este capítulo de la historia de la conquista del Nuevo Mundo no terminó de manera muy distinta que otros. Los Patagones consiguieron huir bajo el fuego de los españoles mientras que los dos jóvenes gigantes capturados perecieron en alta mar antes de que la nave atravesara el Ecuador.

      Ahora bien, si de hecho Pigafetta tuvo su “primicia” al narrar sobre la existencia de estos titanes sudamericanos, en modo alguno conservó la “exclusiva”. Ya que, en efecto, algunos años más tarde un desconocido compañero de viaje del Capitán Byron, del buque inglés “Delfín”, escribía en su libro titulado “Viaje alrededor del mundo” con referencia a los Patagones:

“Su estatura media nos pareció ser de diez pies y aun mayor en muchos casos. No empleamos ninguna medida para comprobarlo, pero tenemos motivos para creer que más bien disminuimos que exageramos la talla.”

      Es decir, que tales nativos contemplaban el mundo desde los 2,80 a 3 metros de altura….

      Ya en 1578 se suma el testimonio del famoso Sir Francis Drake y luego el de otros conocidos viajeros como Pedro Sarmiento.

      Por el recordado Peter Kolosimo (“No es Terrestre”) nos enteramos que “a comienzos de 1700, los gigantes habían desaparecido de la costa, pero las autoridades españolas de Valdivia, Chile, hablaron repetidamente, en 1712, de una tribu de seres de casi 3 metros de altura, establecidos en el interior de la Patagonia.”

 GIGANTES IV :proximo blog

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